Canciones para robots románticos
Discos / Fangoria

Canciones para robots románticos

3 / 10
Luis J. Menéndez — 21-02-2016
Empresa — Warner / Dro
Género — Pop

Olvido y Nacho siempre han mostrado debilidad por ese tipo de outsiders que, comportándose en el día a día como superestrellas, se beben la vida en vez de dejarse arrollar por ella. Es el caso de Disco Sally, una anciana fiestera que animó las noches del mítico Studio 54 y a la que Fangoria dedican la primera canción de “Canciones para robots románticos”. Llegados a este punto, cualquiera podría llegar a pensar que, tras casi 40 años de carrera, los propios Alaska & Canut cumplen el perfil de esos personajes a los que tanto admiran: su sobada estética kitsch, la inmersión en el mundo de los realities de Alaska -a imagen y semejanza de su adorado Ozzy Osbourne- o incluso las puntuales salidas de madre que ayudan a mantenerles en el candelero, parecen señales inequívocas de que, por mucho que sigan danzando bajo los focos como Sally, hace ya mucho que el dúo entonó su particular “I’m loosing my edge”. Sin embargo, inexplicablemente todavía hoy Fangoria siguen despertando un gran respeto entre crítica y aficionados y, aunque su propuesta no ha dejado de clonarse a sí misma desde el nacimiento del grupo en 1989, apenas se cuestiona su posición de vacas sagradas. También el discurso parece definitivamente agotado: la retahíla de referentes que antaño les sirvió para desmarcarse de compañeros generacionales (Elvis, Warhol, Bowie, Ramones, Alice Cooper, Sara Montiel, Pet Shop Boys,…) está hoy tan manoseada y resulta tan definitivamente antigua como la dichosa lista de los Reyes Godos. Superada la postmodernidad, vivimos un momento en que reivindicar a Camela ha pasado de boutade a patrimonio de la Nueva Izquierda (o al menos de su vertiente crítico-musical). Así están las cosas y el dúo haría bien en tomar nota.

Algo de eso hay en las ideas que sobrevuelan el octavo disco de Fangoria. Fieles a su propia costumbre de tomar “prestados” conceptos ajenos, el planteamiento que sirve de paraguas a “Canciones para robots románticos” nos habla de la supresión del amor romántico y la supremacía del hombre-máquina en el aspecto sentimental; un concepto definitivamente genial cuando Kraftwerk plantearon su ideal de “mundo feliz” hace cuatro décadas, pero que ahora mismo tiene más de remake del remake que de distopía futurista. Porque, aunque Fangoria aseguren que “La nostalgia es una droga” y denuncien la hegemonía del revival en la cultura pop, lo cierto es que el dúo lleva más de veinticinco años encerrado en el mismo loop: un aburridísimo ejercicio de trance-pop petardo con ínfulas intelectuales convertido en directo en burda imitación de la “Noche de fiesta” de Jose Luis Moreno, playback incluído. La bola de espejos se ha convertido en pelota de alcanfor. Podríamos achacarlo a la falta de imaginación, pero más bien parece su particular manera de perpetuar un statu quo que ya dura demasiado.

Guille Milkyway, como ya hiciera con una de las caras de “Cuatricomía”, vuelve a vestir la primera parte del disco, la más inequívocamente representativa del sonido Fangoria: bombo en todo lo alto, artificiales subidones hinchados con esteroides que llegan a su más ridícula expresión en “Iluminados”, y algún acierto aislado (“Disco Sally” o “Manual de decoración para personas abandonadas”) en las que las melodías se filtran entre la atorrante producción cutrediscodeluxe. También repite el británico Jon Klein, que se ocupa de la cara b: levanta el pie del acelerador y oscurece la paleta para llevar algunas canciones a las orillas de un goth-trance definitivamente demodé. Agotados de esperar el fin, el disco se cierra con la que es de largo la mejor canción de esta tanda y casi del disco, “Sinestesia”, en la que cuanto menos corre el aire y unos sencillos adornos de guitarra y piano y la voz de Olvido -menos sobreproducida de lo habitual- se abren paso entre la tela de araña electrónica.

Un poco a modo de conclusión recordar que hubo un tiempo en que Fangoria se mantenían más o menos al tanto de lo que se cocía musicalmente en este país. Utilizaron su privilegiada posición como aristócratas del pop en castellano para rodearse de algunos de los mejores del momento -como Family, Madelman o la familia Spicnic- y jugar a un padrinazgo que le reportó pingües beneficios artísticos al grupo. Pero, bien sea por dejadez o por simple falta de interés, ese tiempo pasó y hoy Fangoria, encerrados en su torre de cristal, parecen incapaces de resetearse y echar mano de la que durante muchos años fue su principal virtud: vampirizar el talento de los jóvenes. “El reloj molecular / Se paró hace tiempo ya / Ha dejado en el ambiente / Un eco muerto del tic-tac / Una vieja superstar” dice la letra de “Disco Sally”, triste ejercicio de profecía autocumplida.

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