Russian Red, una noche en el teatro
Conciertos / Russian Red

Russian Red, una noche en el teatro

7 / 10
Luis J. Menéndez — 04-02-2012
Sala — Teatro Arteria Coliseum / Madrid
Fotografía — Mariano Regidor

Decía recientemente Josele Santiago que entre los músicos, al igual que sucede con el resto de facetas en la vida, debía haber gente para todo: los que vuelquen en sus canciones toda su preocupación social, política y económica y aquellos que nos permitan olvidarnos de nuestras preocupaciones diarias durante un rato. Me atrevo a asegurar que Russian Red se alinea sin ningún tipo de complejos entre estos últimos y que, a tenor de la ovación final y las caras de satisfacción a la salida, las mil quinientas personas que abarrotaron el Teatro Arteria Coliseum (ojo al dato, con un nada complaciente peaje de 27 euros por barba) se vieron más que recompensadas por el show. Un show que para los que se fijan en la letra pequeña tenía un especial interés por tratarse del único en España de los tres en que Lourdes contaría con la presencia de Stevie Jackson y Bob Kildea, componentes de Belle & Sebastian e integrantes del equipo de grabación de “Fuerteventura”. Así empezó el bolo, con ellos dos sentados a la derecha del escenario empuñando guitarra y bajo, el argentino Pablo Serrano a la batería, el inevitable Charly Bautista dándole un poco a todo y Lourdes acaparando toda la atención, elegantísima y subida a unos tacones de vértigo que en algún momento amenazaron con ponerla en problemas. Apostando por una escenografía sobria -casi minimalista, en comparación con su concierto hace un par de años en el Calderón- con tan sólo un neón con la “marca” Russian Red coronando a la banda y cediendo todo el protagonismo a la música. El primer paso para que te respeten, respetarte a ti mismo. Bien.

Con este planteamiento y una Lourdes que fue haciéndose más y más dicharachera con el paso de los minutos, el primer tramo lo ocuparon canciones como “Everyday Everynight”, “I Hate You But I Love You” o “The Sun The Trees” que contaron, amén de un sonido espectacular -algo que en líneas generales se puede aplicar a toda la velada-, con una inusual pegada pop. En este tiempo de experiencias y giras internacionales parece que Lourdes ha aprendido muchas cosas, entre ellas que en ocasiones menos es más, y ha moderado ciertos abusos vocales. La definitiva madurez llegará el día en que esa misma voz, que sin duda es su principal y más distintivo valor, sepa ponerse a un lado en determinadas fases y termine por ceder protagonismo a las canciones.

La reflexión viene a cuento del segundo tramo del concierto, cuando Lourdes despidió a sus músicos para quedarse tan sólo con Pablo y dar la bienvenida a un recuperado Brian Hunt, en un nuevo formato con el que está afrontando sus nuevas citas. Se bajaron las luces para recuperar “No Past Land” con aires “orbisonianos”, una juguetona autoversión de “They Don´t Believe” y un “Cigarettes” a dúo con Brian, una secuencia que terminó por bajarnos tanto las pulsaciones que cuando la banda al completo volvió a salir a escena para enfilar la recta final con “Brave Soldier”, “Loving Strangers” y “January 14th” sólo el dúo de guitarras final en esta última nos arrancó de la duermevela. Enfiló a camerinos para volver con una de las canciones que podrían marcarle un camino a seguir, la atmosférica “My Love Is Gone”, una anecdótica versión del clásico “Baby It’s You”, y “A Hat”, antes de retirarse y darse un último baño de masas con la contundente toma de “Mi canción 7”.

Discusiones bizantinas al margen sobre la presencia escénica de Lourdes -simpatía desbordante para unos, para el resto una timidez exagerada de la que no termina de desprenderse- lo que no se le puede negar a la menuda madrileña es que ha conseguido llevar al escenario las canciones de “Fuerteventura” con una profesionalidad y una solvencia a la que no estamos acostumbrados en el planeta indie. A día de hoy la mayor pega que siguen ofreciendo sus shows va por otro lado… Y es, efectivamente, que Russian Red sigue sin “sangrar” sobre las tablas, y mientras así sea seguiremos identificando su propuesta con un sobresaliente ejercicio del estilo al que, maldita sea, le falta alma. Eso que convierte en artistas a mujeres como Beth Gibbons, Julie Doiron, Shannon Wright, Hope Sandoval, Tara Jane O’Neil o nuestra Ainara, nombres todos ellos que atesoran una fuerza y un magnetismo al margen de los cachés desorbitados de unas y la indigencia profesional en la que se mueve el resto. El dinero, el éxito, no nos sirve de referencia.

Aunque, cierto es, quién somos nosotros para pedirle a un artista que corra ese riesgo y se lance definitivamente al abismo. Porque, volviendo otra vez al principio y recordando lo que decía Josele, la vida -y como representación de ella también la música- es un circo en el que hay espacio para todos.

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