Mulafest: crisis de identidad
Conciertos / Mulafest

Mulafest: crisis de identidad

6 / 10
Tomás Crespo — 27-06-2016
Empresa — Mulafest
Fecha — 24 junio, 2016
Sala — Ifema Madrid Live
Fotografía — Andrés Abella

Primer festival en el Madrid post-Mad Cool (nada volverá a ser igual) y el descenso de público con respecto a su edición anterior resultó evidente. También es cierto que el cartel de este año quizás contaba con menos nombres punteros y además, aunque volvía a situarse en el recinto IFEMA, el espacio también era algo más reducido. Al menos en lo que a conciertos se refiere. Por el contrario, sí que encontramos un gran espacio destinado a todo tipo de propuestas paralelas: arte urbano, motor, skate, tricking, breakdance, body painting… además de algunas tiendas de ropa y diferentes talleres abiertos al público. Al aire libre se volvía a situar un espacio con arena y zonas de relax junto a un pequeño escenario (Isla Kalise), mientras que, a diferencia de otras ediciones, el grueso de las actuaciones potentes tendrían lugar en el interior de una enorme nave (sencillamente Escenario Mulafest).

Ya desde primera hora del viernes, los visitantes que se acercaban al festival se sorprendían ante la cantidad de ciudadanos hindúes perfectamente trajeados que paseaban por las inmediaciones. Muchos no se había enterado aún de la coincidencia física y temporal con la XVII edición de los premios anuales de la Academia Internacional de Cine de la India (IFFA, por sus siglas en inglés), los “oscars de Bollywood". Aprovechando la coincidencia, los organizadores de Mulafest decidieron sumarse a la celebración con la inclusión de una amplia variedad de actividades relacionados con el país oriental. Los actos incluían desde una retransmisión de lo mejor de Bollywood hasta clases de yoga e incluso una Holi Party (la popular lluvia de colores que abre el festival de la primavera) que cerró ayer domingo los festejos.

Pero probablemente lo más llamativo fue la programación de una serie de conciertos (en horarios poco agraciados, eso sí) de artistas hindúes dentro del apartado IFFA Stomp, en algunos casos con escasa relación con el resto de la línea musical del festival, cada vez más desdibujada. Fue el caso de Raghu Dixit Project, un conjunto de música enraizado en el folclore hindi con un componente fuertemente popular. Sus alegres y pegadizas melodías no lograban conectar con el reducido público que se animaba a acercarse a verles en el escenario Isla. Los intentos desesperados de su vocalista animando a dar palmas y a bailar casi consiguieron el efecto contrario: la gente se marchaba.

odezsaOdesza

Algo menos fuera de lugar había resultado la actuación de sus compatriotas Midival Punditz & Karsh Kale en el escenario Mulafest. Considerados los precursores de la música de fusión electrónica en la India, Garav Raina y Tapan Raj han paseado su propuesta por discotecas como Fabric (Londres) o Fillmore West (San Francisco) y festivales como Glastonbury. Aunque algo edulcorado, su estilo combina evocadores sonidos propios de su tierra (principalmente sitares) con bases electrónicas cercanas al trip-hop y al downtempo; un chill out en toda regla.

Inmediatamente después aparecería en escena Beardyman. El londinense es conocido por sus habilidades con el beatbox, del que se dice que es uno de los mejores del mundo (ganó hasta en dos ocasiones el campeonato británico). Su propuesta en directo consiste en la grabación de loops a tiempo real, que posteriormente va superponiendo en capas a las que va añadiendo una serie de modulaciones y delays hasta crear un magma de beats ciertamente abrumador. Por momentos suena a drum’n’bass, pero la mayor parte del tiempo remite más bien a un especie de breakbeat ramplón, con ciertas dosis de trance pero bastante poca enjundia. Por cierto, que fue el único británico (de los muchos que formaban el cartel) que mencionó directamente el brexit, mostrando su más absoluto rechazo al resultado del referéndum.

La primera actuación que verdaderamente cumplió con las expectativas llegaría justo a continuación. La estadounidense Kelela dio un recital de altura, que muy probablemente quedará entre lo más destacado de esta edición. Sobriamente acompañada por un dj y bellos juegos de luces, la cantante de origen etíope se paseaba con elegancia por el escenario mientras desgranaba lo mejor de su corto repertorio, mostrándonos su amplia variedad de registros vocales. Canciones de R&B con tempos propios de electrónica experimental que tan pronto remiten a Prince (“A Message”) como a Arca (“Gominsai”). Con una profesionalidad inapelable, quizás pudo echarse de menos algo más de pasión en su interpretación. Pero también es cierto que esa frialdad normativa (que comparte con otras contemporáneas como FKA Twigs) forma parte de su encanto. El tramo final, con “Bank Head” y la excelente “Rewind”, dieron buena prueba de ello.

Mulafest_2016_Andres.Abella_24C.Tangana

Otra de los nombres fuerte de la noche fue sin duda el de The Orb, probablemente los primeros “dinosaurios” de la electrónica (¿se puede decir eso? ¿es posible?). Alex Paterson y Thomas Fehimann tienen edad de sobra para ser entrañables abuelitos. Probablemente lo sean, pero eso no fue inconveniente para demostrar que, tras todos estos años, siguen teniendo ganas de fiesta. Aunque estaba anunciado como un live show aquello en esencia no se distanciaba demasiado de una sesión de djs pura y dura. No importó ni lo más mínimo. Ver a los dos miembros actuales de The Orb (el co-fundador Jimmy Cauty abandonó la nave en 1991) disfrutando como niños valió la pena con creces. Centrándose en material propio, su versión psicodélica y ralentizada del house de Chicago hizo las delicias de todos los presentes. Esa cadencia cercana al dub (no en vano colaboraron con Lee “Scratch” Perry) va creando una atmósfera envolvente de la que no puedes (ni quieres) escapar. Sin llegar a explotar del todo en ningún momento saben perfectamente como jugar con ritmo y armonía causando un efecto de euforia contenida cada vez que hacían sonar pequeños fragmentos del mítico “Little Fluffy Clouds”, tema estrella de su celebrado “The Orb’s Adventures Beyond The Ultraworld” (1991), del que se cumplen ya 25 añazos.

Simuladamente, en el escenario Isla recalaba el francés Monsieur Adi con su electro-house bailable subido de revoluciones. Puro french touch 100% disfrutable. El joven productor no engaña a nadie. Lo suyo es lo que es. Otra historia fue lo de Odesza. El duo de Seattle ha sabido subirse astutamente el carro de Hudson Mohawke o Flume, pero sin apenas rozar una mínima parte de su ingenio. Montados en sendas plataformas al más puro estilo Safri Duo, disponían de teclados y elementos de percusión que tocaban intermitentemente. Sin embargo, el verdadero peso de su espectáculo recaía en los ridículos bailes de CatacombKid y BeachesBeaches (si, esos son sus alias), así como en los efectistas visuales que se mostraban a sus espaldas. No se puede negar que Odesza fueron capaces de poner el auditorio patas arriba, pero sus herramientas para conseguirlo son tan excesivamente obvias que en ocasiones rozaban lo simple y llanamente vulgar.

Nada que ver con Pional. El madrileño se marcó un recital tan fino como contundente. Tímido tras el micrófono y la mesa de mezclas, no cesó en su empeño por mezclar ritmos electrónicos de calidad con un cierto espíritu pop. Sus melodías vocales acompañan a la perfección a su deep house trascendente. Mucha clase. Lastima que a esas horas el público no estuviera lo suficientemente receptivo para su propuesta. Apenas un pequeño grupo celebró el final de su actuación con la sobresaliente “It’s All Over”. Más adeptos captó el dj set de Klangkarussell. El dúo austriaco canceló su actuación del año pasado y había ganas de ver cómo se las gastaban. Un poco pasados de rosca (subidas y bajadas de escenario incluidas), consiguieron aunar ciertos estándares de calidad con simple y llano hedonismo. Digno sí, pero no demasiado memorable.

MUlafestaKelela

La segunda jornada venía marcada por la inesperada cancelación de Gramatik, que conocíamos apenas unos días antes. El socorrido sustituto resultó ser el madrileño John Grvy. Su sonido se mira en el espejo de artistas internacionales como Miguel o Blood Orange; es decir básicamente soul con sintetizadores. Pero lo cierto es que Grvy no tiene mucho que envidiarles. Con banda en directo y literalmente sudando la camiseta (aún era de día), el pequeño grupo de incondicionales de la primera fila vibró con temas bien hechos y bien interpretados como “I Want You Here” o el flamante “Faded Away”. Aunque, como no podía ser de otra manera, fue su versión del “Everybody” de Backstreet Boys lo que consiguió realmente captar la atención del resto de los presentes, más pendientes de la capoeira o el voley playa.

Mientras tanto, en el escenario grande, Matthew Herbert ejercía de DJ pinchando un amable house apto para todos los públicos. Música refinada y fácilmente digestible, no demasiado alejada de sus propias producciones más recientes, aunque no tan cercana al microtechno y experimentación de sus mejores trabajos, “Around the House” (1999) y “Bodily Functions” (2001). Eso sí, pese a lo asequible de la propuesta, no resultaba lo más natural adentrarse en una nave oscura para disfrutar de una sesión de estas características entre las 20:00 y las 22:00.

De vuelta al exterior, BSN Posse animaban el cotarro con su particular propuesta. Los reyes del footwork patrio consiguieron movilizar tanto a los que buscaban música de baile como a los que estaban aún en modo escucha. Su collage sonoro, aderezado con elementos que van del future garage al witch house, puede tanto invitar al movimiento como evocar interesantes paisajes sonoros en los que perderse. Además su inteligente forma de utilizar el sampleado ofrece puntos de conexión con todo tipo de de oyentes (esos Outkast que se escuchan en “For Real”). No en vano coronaban nuestra lista de los mejores discos de electrónica nacional del pasado 2015.

Pero sin duda la sesión de la noche (y del festival) fue la perpetrada por SBTRKT (en la foto superior). Con una puesta en escena a la altura de sus directos (no falto su habitual máscara de reminiscencias africanas), el músico y productor británico ofreció un dj set de órdago. Potentísimos beats de dubstep mezclados con precisión rítmica y elegancia atmosférica sobre los que iba insertando voces de contemporáneos como James Blake o London Grammar. No faltaron temas propios como “Hold On” o “New Dorp. New York”, colaboraciones con Sampha y Ezra Koenig (Vampire Weekend), respectivamente. Aunque si hubo un momento celebrado ese fue sin duda su rendición del “Let It Happen” de Tame Impala, tan masiva como emocionante. Pese a ser aún temprano, nos dejó muy arriba. De hecho, la propia organización tuvo que pedirle que parara; había excedido su tiempo con creces.

En estas estábamos cuando entró en escena C. Tangana. El inclasificable madrileño (ciertamente lo de “rapero” queda ya un poco anacrónico) se ha convertido en un nombre con el suficiente empaque como para atraer público a un festival exclusivamente por su presencia. O al menos esa es la sensación que se percibía en las primeras filas. Poco queda ya de aquel chaval que se subía al escenario para colaborar con Hola A Todo El Mundo en unas Fiestas Demoscópicas. Su seguridad sobre las tablas es hoy día tan solvente como el impacto que provoca entre sus púberes seguidores, que cantaban con exactitud matemática cada estrofa de “Hoy” o “Bésame mucho”. Tanto es así que llegando al cuarto tema tuvo la “brillante” idea de limitarse a hacerse los coros a sí mismo mientras su propia voz pregrabada se disparaba por los monitores. Un alarde de chulería máximo interpretado por gran parte de los asistentes como una irreverencia que, lejos de resultar simpática, rozaba la falta de respeto más absoluta. Especialmente tras comentar jocosamente la jugada con un “hay que ver lo que se suda en un concierto de pop”. Debe ser difícil gestionar el éxito cuando tienes un público tan entregado, pero C. Tangana haría bien en recordar que jugaba en casa y que si se acomoda demasiado dentro de su mundo followers quizás sea capaz de mantenerlos a todos, pero difícilmente podrá atraer a un público más amplio.

Mula-3Jason Williamson (Sleaford Mods)

Por su parte, Sleaford Mods ofrecieron un show como sólo ellos son capaces de hacerlo. Su austera puesta en escena, lejos de restar, no hace sino acrecentar sus virtudes. Duro y a la encía. Como de costumbre, Andrew Robert Lindsay Fearn se contoneaba con parsimonia agitando una lata de mahou y absteniéndose de hacer algo más que apretar al play entre canción y canción. Y no hablamos precisamente de un gran equipo de sonido, sino de un cutre portátil lleno de pegatinas. Honestidad elevada al cubo. ¿Y que decir de Jason Williamson? Probablemente uno de los mejores frontman de los que se puede disfrutar a día de hoy, su presencia escénica es tremenda y cuando se adentra en sus catarsis lingüísticas trasmite más rabia y energía que 100 bandas de punk-rock actuales tocando al unísono. Tanto es así que, en un festival eminentemente electrónico, los raveros acabaron rindiéndose al pogo. Williamson se desgañita de tal forma que en cualquier momento podrían diagnosticarle un trastorno obsesivo-compulsivo sino fuera porque sus convulsiones están cargadas de significado. Sus letras hablan con mordaz clarividencia sobre la sociedad y la política británica, hasta el punto de que bien podrían servir para explicar el ajustado resultado del brexit. “No One’s Bothered”, “Face To Faces”,… una a una fueron asentando los golpes-canciones que conforman su último trabajo “Key Markets” (2016), aunque siguen siendo los temas de “Divide And Exit” (2014) los que más furor despiertan (“Tied Up In Notzz”, “Twistas”, etc).

La noche se cerraría con la actuación de Nucleya, otro músico de la India que mezclaba beats electrónicos con sonidos propios de su tierra, y de Troyboi. El británico tiró de su repertorio más duro, con esa disparatada mezcla de UK garage y bases de trap futurista. Además, Mulafest permanecía también abierto durante la tarde del domingo con la ya mencionada Holi Party y las sesiones de los DJ’s hindúes Clement D’Souza y Sumit Sethi. Este último es poseedor de un extraño logro: aparece en el libro récords de los Guinness por pinchar en la fiesta bailable más larga del mundo, nada menos que 55 horas.

En definitiva, una edición muy irregular en la que interesantes nombres se mezclaban con artistas aparentemente de relleno y la orientación musical (¿electrónica? ¿mestizaje?), tan importante para un festival de estas características, carecía de un hilo conductor lo suficientemente coherente como para hacer las veces de aglutinante entre tan numerosas y heterogéneas actividades paralelas.

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