La chica de los cigarrillos
Comics / Masahiko Matsumoto

La chica de los cigarrillos

8 / 10
Luis J. Menéndez — 03-02-2017
Empresa — Gallo Nero

En las tres grandes tradiciones comiqueras del planeta -la norteamericana, la francófona y la japonesa- hay una coincidencia entre los orígenes de este arte enfocados esencialmente a un público infantil, y la posterior evolución en pos de temáticas adultas. En Japón este movimiento recibió un nombre, gekiga, y estuvo vinculado a nombres muy concretos como los de Yoshihiro Tatsumi -cuya obra es de sobra conocida en España-, Takao Saitô -con un perfil diferente, más centrado en la acción con su serie Golgo 13- y Masahiko Matsumoto, hasta la fecha un completo desconocido por estos lares.

Puede comprenderse. A diferencia de Tatsumi, la producción de Matsumoto es más bien escasa, al menos durante los años setenta, su periodo de madurez artística. El trabajo que tenemos entre manos lo componen once historias cortas escritas y dibujadas entre 1972 y 1974, el momento en el que definitivamente el gekiga despegaba como género y el manga terminaba de hacerse adulto a base de observar lo numerosos cambios que estaban teniendo lugar a su alrededor. Tres décadas después de que hubiese terminado la II Guerra Mundial Japón era (aún lo sigue siendo) un país remendado a base de contradicciones: lo históricamente rural frente a un crecimiento desmesurado de las grandes urbes; el enorme peso de lo autóctono frente a la invasión cultural norteamericana; la tradición frente a la modernidad. Esa esquizofrenia que ha caracterizado y todavía caracteriza a una sociedad fascinante es el principal objeto de observación en la esta serie de historietas cortas protagonizadas por hombres y mujeres buscando su espacio en el mundo. Ya sea a través del amor, el sexo o simplemente la necesidad de verse socialmente aceptados en una empresa o comunidad vecinal. En realidad tampoco han cambiado tanto las cosas desde entonces...

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