Veinte años de festivales en el Sur
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Veinte años de festivales en el Sur

Arturo García — 31-07-2015

Corría mediados de los 90, en los programas de fiestas patronales se coló un día en el que al topónimo de la localidad se añadía la palabra rock. El desaparecido Espárrago Rock, auténtico pionero de lo que vendría después, era el referente. Pero el fenómeno no salía de lo municipal. Faltaba darle sentido a cada evento. Darle una razón de ser. “Decidimos que uno de los principales objetivos era darle una seña de identidad y una filosofía muy concreta, un festival especializado, y nos decantamos por las músicas del mundo”. Así nacía en 1995 La Mar de Músicas y así lo recuerda Paco Martín, su director. Un año después e impulsado en este caso por una seminal escena independiente y sobre todo por el sueño de convertir un pueblo de la provincia de Badajoz en cuna del homo indie arrancaba Contempopránea. Este soñador era Agustín Fuentes. “Todo empezó de forma muy amateur y apasionada, sin apenas presupuesto. Unos comienzos muy punk hazlo tú mismo y con entrada gratuita”. Con veinte años menos, Carlos Espinosa, director de Blues de Cazorla entiende esa mezcla de temeridad, inconsciencia y valentía propias de la edad y sin la cual no se puede uno plantear celebrar un festival de blues en un pueblo del interior de Jaén de poco más de ocho mil habitantes. Y es que curiosamente fueron localidades medianas y pequeñas las que alumbraron este fenómeno y también de la mano de aficionados y apasionados por la música sin mucha experiencia en el terreno profesional de la producción de eventos. “De aquellas primeras ediciones recuerdo la absoluta voluntad que todo el mundo ponía para salvar con dignidad cada edición. No sabíamos nada de este negocio e íbamos aprendiendo a base de errores (como casi todo en la vida)”. El caso es que no iban desencaminados y desde las primeras ediciones se dieron cuenta, y esto fue parte del secreto del éxito, que la marca del festival debía ir ligada al entorno que lo acogía, al pueblo donde se celebraba y por supuesto a sus vecinos. Etnosur se instaló en Alcalá La Real con la intención de mostrar a sus habitantes (y al público que se acercara) la música y la cultura de otros lugares del mundo, algunos remotos. Lo primero que constataron es que las distancias no eran tales, como recuerda Pedro Melguizo al reflexionar sobre ese libro de anecdotas que empezaba a escribirse.“En la primera edición, trajimos a un grupo de gitanos de Rajastán y ver durante la actuación a un patriarca gitano de Alcalá, con los ojos abiertos como platos y llevar el compás con su garrota fue emocionante e inolvidable”.

Blues de Cazorla

Blues de Cazorla

Cuestión de marca

La singularidad como evento y su atractivo al margen de artistas y cifras es lo que ha diferenciado a estos cuatro festivales y sobre todo les ha salvado de morir de éxito.

En un par de años los festivales crecieron exponencialmente de forma desorbitada. Un crecimiento expuesto en muchos casos en la volatilidad del mercado, que en lo musical se tradujo en una batalla por los cabeza de cartel más mediáticos. Se creció pero se descuidaron los cimientos y la burbuja reventó. Con la crisis económica la teta pública se cortó y las marcas privadas desaparecieron. El modelo era insostenible. ¿Qué salvó de la quema a estos cuatro festivales?. “Tener muy claro qué quieres hacer y no dejarte llevar ni por vaivenes ni por modas. Claridad, paciencia y firmeza”. Comenta Pedro Melguizo y esta declaración de intenciones la ilustra Carlos Espinosa con un ejemplo bastante ilustrativo. “Que los Rolling vengan una vez a tu ciudad no supone que a partir de ahí cada año paren los mainstream en la plaza del pueblo, eso sirve para Madrid y Barcelona, para el resto la programación cultural debe ir equilibrada y sobre todo planificada, el resto son pelotazos y con los pelotazos ya se sabe”. Y la planificación es lo que de algún modo salvó a La Mar de Músicas que pasó de 23 a 10 días de conciertos. Sin embargo como comenta Paco Martín ese recorte se orientó para relanzar el festival en otra dirección y reforzar su valor como activo turístico. “Al ser mas reducido en días tuvimos más publico foráneo que se podían permitir estar mas tiempo en nuestra ciudad” Pero claro para atraer este público, que incluso se desplace de otros lugares, sin un cartel de grandes estrellas que obligue a tirar de la chequera, hay que ofrecer algo especial. Ahí entra esa singularidad en la que tiene que apoyarse cada evento para crear marca. El lugar donde se celebra, el ambiente propio, las infraestructuras, las posibilidades de conjugar cultura, turismo y ocio. Por ejemplo en el caso de la cita de Cartagena es disfrutar de artistas de todos los rincones del mundo a pocos metros de distancia. “Nuestra seña de identidad es ofrecer al publico fiel de nuestro festival la cercanía del espectador con el músico, tenemos siete escenarios la mayoría de aforos reducidos que hacen que el espectador pueda disfrutar del artista casi tocándolo”

la mar de musicas publico

Además de ese placer casi tangible está ese otro que pertenece al imaginario colectivo de un conjunto de personas que disfrutan de una filosofía o cultura musical propia y diferenciada, es el caso de Cazorleans, como han venido a bautizar a la localidad jiennense los fieles del Blues de Cazorla o Contempopránea, punto de encuentro del indie patrio. “El prestigio de la marca ha sido una tarea muy personal y trabajada. He cuidado mucho la estética y el mensaje. Es un proyecto con autenticidad porque así lo siento”. En resumen ser fiel a una idea propia como la de un apasionado de la cultura pop como Agustín Fuentes o un proyecto cultural colectivo como el que encabeza Pedro Melguizo. “Construir desde el principio un gran equipo alrededor de la idea de Etnosur. Todos y todas teníamos claro desde el principio qué y cómo queríamos desarrollar el festival”. El resultado además de conseguir sacar adelante un evento que traspasa las fronteras de lo puramente empresarial también logra generar en sus impulsores momentos de satisfación plena. “Para mi en lo personal el año pasado viví un momento especial por lo anecdótico del mismo. Ese año tocaba Andres Calamaro, un artista que a estas alturas no debe demostrar nada más allá de una jerarquía absoluta en América y en España, que ha tocado para miles de personas, pues bien, te aseguro que ver su estado de entusiasmo, nerviosismo, y emoción por tocar en Cazorla y verse rodeado de músicos a los que reverenciaba creo que es señal de que la marca “BluesCazorla” es un sello de prestigio también para el músico, nos respetan y los respetamos y mientras esa sea la hoja de ruta todo debería ir bien”. Y así ha sido, hoy en día cuando todos estos festivales rondan las dos décadas en cartel gozan de un estado de salud envidiable y lo más importante, sin haber perdido un ápice de ese ideario o tratado fundacional con el que nacieron.

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