Luz cegadora: Treinta años de "The Queen Is Dead"
Especiales / The Smiths

Luz cegadora: Treinta años de "The Queen Is Dead"

José Carlos Peña — 16-06-2016
Fotografía — Archivo

Sublime muestrario de los sentimientos contradictorios, el humor, las grandezas y las miserias que nos hacen humanos en la tragicomedia de la vida, lo que convierte a “The Queen Is Dead” en uno de los mejores discos de los 80 y, por extensión, de la Historia del rock, es que en sus poco más de 37 minutos cristaliza la milagrosa asociación de un compositor en estado de gracia y un letrista único; ambos llevando al máximo sus fortalezas, como depositarios de sendas tradiciones (la poética, Morrissey, la del pop, Marr). Trascendiendo lo juvenil pero compendio de emociones rabiosamente jóvenes, la banda encapsuló su propuesta sin hacer una sola concesión a lo fácil, desde una afortunada independencia total, demostrando que no estamos condenados a rendirnos a la mediocridad, y que la belleza y la inteligencia mordaz están al alcance de todos los que no estén dispuestos a conformarse. Subiendo el nivel hasta las nubes y confiando en la inteligencia cómplice del oyente para llegar a ellas. Como se ha reconocido a posteriori, en uno de esos extraños casos históricos de la Historia del pop, The Smiths ganaron por goleada imponiendo sus reglas.

Johnny Rogan, autor de la biografía “The Severed Alliance”, que no le hizo ninguna gracia a Morrissey (quien deseó la muerte del cronista en una cuneta), escribió: “'The Queen Is Dead’ es la prueba definitiva, si es que se necesitaba, de la legitimidad total del auto-bombo nada irónico de The Smiths. Probablemente el mejor disco de los ochenta, el trabajo captura la sociedad Morrissey/Marr en su apoteosis. Más que ninguna otra obra de su canon, “The Queen Is Dead” cristalizó las visiones contradictorias y complementarias de sus creadores en un fresco de absoluta grandeza”.

Johnny Rogan, autor de la biografía “The Severed Alliance”, que no le hizo ninguna gracia a Morrissey (quien deseó la muerte del cronista en una cuneta), escribió: “'The Queen Is Dead’ es la prueba definitiva, si es que se necesitaba, de la legitimidad total del auto-bombo nada irónico de The Smiths. Probablemente el mejor disco de los ochenta, el trabajo captura la sociedad Morrissey/Marr en su apoteosis. Más que ninguna otra obra de su canon, “The Queen Is Dead” cristalizó las visiones contradictorias y complementarias de sus creadores en un fresco de absoluta grandeza”.

Grandeza que, como sucede con las obras esenciales, jamás ha podido ser replicada. Desde versiones intrascendentes (de Placebo a Mikel Erentxun o el disco de homenaje de los Inrockuptibles “The Smiths Is Dead” de 1996, con Billy Bragg, The Boo Radleys, Bis o Supergrass, entre otros), por no hablar de bandas brit poperas de los 90 a rebufo como los hoy olvidados Shed Seven o Gene -que hasta fusilaron el concepto de la portada de “The Queen Is Dead” en su debut “Olympian”-, nadie le ha podido toser a “The Queen Is Dead” en su apabullante exhibición de carácter. Como sucede con las obras verdaderamente capitales, nadie podrá destilar su misterio. Digamos que los astros (y el azar forma parte de ellos, claro está) se alinearon. Rara vez sucede, pero sucede.

Las secuelas de este triunfo (el precio de la inmortalidad, que diría Wilde) serían, para desgracia de los fans de The Smiths, devastadoras: Morrissey lanzó su debut en solitario, “Viva Hate”, muy escocido por la espantada de Marr, quien saturado del trabajo sucio entre bambalinas y cansado de las veleidades mitómanas de un Morrissey empeñado en hacer versiones absurdas de viejas glorias menores de la canción británica, partió en busca de nuevas aventuras musicales, que le llevarían primero a The The y luego a Electronic, junto a Bernard Sumner (New Order). Años después, ambos coincidirían en considerar “Strangeways Here We Come” (su obra póstuma, lanzada en septiembre de 1987) como disco favorito, quizá por llevarle la contraria al mundo (sin duda, se trata de un disco excelente, pero que adolece de la coherencia y profundidad de su predecesor). Si en sus conciertos recientes casi siempre caben “Bigmouth Strikes Again” y “There Is A Light That Never Goes Out”, será por algo.

Quizá en coherencia con la misma Historia de The Smiths, salvo sorpresa mayúscula o maniobra de distracción histórica, no vamos a tener reedición especial alguna. En recientes declaraciones, Morrissey ha afirmado que Warner en Europa y Sire en Estados Unidos han rehusado lanzar ninguna versión conmemorativa. “Si el establishment no ignorara típicamente a la banda, no estaríamos hablando de The Smiths”, manifestaba el cantante con su típica amargura, añadiendo que Warner ni siquiera accedió a lanzar un single conmemorativo en la primera semana de junio. “Me he chocado con un muro de ladrillos”, concluía, pidiendo a sus fans que compraran el single digital de la canción a finales de mayo para hacerles saber a los ejecutivos “que seguimos aquí y hacemos lo que podemos en estos tiempos esperpénticos”.

Habrá que conformarse con los conciertos de tributo (abundantes sobre todo en Reino Unido) y echar mano de la versión sabiamente remasterizada que lanzó Rhino hace cuatro años, en vinilo y también en encantadora réplica de vinilo CD, junto al resto de su discografía completa. Mientras, el fetichismo crece en Internet y las copias bien conservadas de los discos de la época se disparan de precio hasta rondar los 100 euros. En todo este tiempo, se estima que el álbum ha superado el medio millón de copias vendidas sólo en Reino Unido, y las 800.000 en Estados Unidos. En el resto del mundo, 1,2 millones más. Sí, a pesar de los esfuerzos de Warner, “The Queen Is Dead” es de esos discos que no se dejan de vender.

 

 

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Epílogo

La autobiografía que Johnny Marr lanzará en otoño, bajo el título de “Set The Boy Free”, seguramente arroje más luz sobre su cumbre creativa. Podemos estar seguros de que The Smiths no volverán para honrarla: aunque en los últimos lustros las ofertas han sido frecuentes y escandalosamente generosas (se habló de 50 millones por cinco conciertos), Morrissey zanjó el asunto con su sarcasmo característico hace unos años, diciendo que la única posibilidad está en que los maten a todos e introduzcan los cadáveres en la misma habitación. Otra perla de 2006: “Preferiría comerme mis testículos, lo que ya es decir, siendo como soy vegetariano”. El amargo proceso que él y Marr litigaron contra batería y bajista a finales de los noventa por el reparto de los derechos, y que se saldó con los 2 millones de euros que Morrissey tuvo que apoquinar a Joyce por haberle tratado como “músico de sesión” (diez por ciento de los royalties) en lugar de miembro de pleno derecho (el bajista llegó a un acuerdo de mínimos) puso el último clavo del ataúd. Seguramente sea mejor así.

Y no terminemos este especial revolcándonos en el lodo de la tragicomedia humana. Dejemos que la Reina descanse en paz. Su obra magna sigue intacta.

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