Nando Cruz: “El indie fue una escena puramente estética”
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Nando Cruz: “El indie fue una escena puramente estética”

Oriol Rodríguez — 18-05-2015
Fotografía — Archivo

Chup-chup de guitarras distorsionadas y camisetas de rayas. Con bandas como Los Planetas, El Inquilino Comunista, Australian Blonde, Penelope Trip, Manta Ray al frente; entre finales de la década de los años 80 y mediados de los 90 se produjo en nuestro país el surgimiento del indie. 20 años después, en un remarcable ejercicio periodístico, el crítico Nando Cruz revive aquella escena con Pequeño Circo. Una historial oral que surge del interés de su autor por intentar discernir cuál ha sido el impacto y legado de aquellas bandas, sellos, medios…, pero que acaba sobresaliendo por el retrato que en sus páginas se crea de sus protagonistas.

 

¿Cómo se monta este Pequeño circo?

Fue, tengo que admitirlo, una idea de la editorial, Contra. Nunca se me hubiera ocurrido hacer un libro como este y sobre este tema. Pero ellos estaban convencidos de que había pasado suficiente tiempo como para poder analizar la irrupción de una escena, la indie, de la que hasta ahora se había escrito poco o nada.

 

¿Qué te tentó, entonces, de la propuesta?

La verdad es que en un principio no me sedujo demasiado. Tal vez por haberla vivido en primera persona, partía del convencimiento que ya no había mucho por rascar. Más cuando, con el tiempo, me he desencantado de todo aquello. Pero precisamente, y por culpa de este desencanto y distanciamiento, tuve la intuición de que aquí podría residir el interés del libro: poder reconstruir toda aquella escena, tal como me pedían desde Contra, pero a la vez cuestionarla intentando explicar qué funcionó y qué no, cuáles eran las intenciones reales de toda esa gente, dónde llegaron… Esto es lo que me sedujo del proyecto.

 

Así, ¿podríamos describirlo como de dos libros en uno?

Sí. Por un lado está el del encargo, que es explicar la aparición de la escena indie en España. Luego está la parte que yo he añadido, que es el cuestionamiento de la misma. De ahí que el libro se haya extendido hasta las mil páginas. No lo he podido hacer más corto porque no quería que solo fuera una revisión crítica del indie, pero tampoco una repaso edulcorado. Una crónica, sí, pero también un análisis crítico. Estoy contento de haberlo acabado. El libro me tomó un año y medio, y hubo momentos en los que pensé que no lo concluiría. Me llevó mucho tiempo decidir la estructura. No encontraba una manera de organizar todo el material que tenía, más de cien entrevistas. Haberlo acabado ya lo considero un éxito, pero también estoy muy satisfecho del resultado final.

 

Periodísticamente, el trabajo es impecable.

La parte de buscar a la gente que quería que apareciera en el libro y entrevistarla me robó mucho tiempo, casi un año, pero no fue lo más agotador del proceso. Contrariamente a lo que he dicho antes de que yo había vivido en primera persona aquella escena, haciendo entrevistas he descubierto muchas cosas que hasta ahora ignoraba. Me hice periodista para hacer entrevistas, para hablar con gente y aprender cosas que no sé. Por eso, este primer tramo del trabajo que dediqué a buscar y entrevistar a los protagonistas del libro, lo disfruté muchísimo. La parte más agotadora fue la segunda, estructurar todo el material que había ido acumulando con las entrevistas. Fue un rompecabezas fatigante.

 

¿Fue entonces cuando decidiste que el libro tomaría la forma de historia oral?

No, eso también formaba parte del encargo de Contra. De hecho, era un género al que no le tenía demasiado aprecio. No me convencía porque creía que era un formato poco periodístico. Sin embargo, a medida que iba escribiendo, más allá de desdecirme de esta preconcepción, me di cuenta de que era un género muy complicado. Es más, seguro que el relato ha quedado mucho mejor en formato de historia oral que con un texto indirecto redactado por mí, donde mi visión destacaría mucho más. Aunque usar el formato de historia oral no significa que yo no esté presente en el libro. Ya en el prólogo explico el tipo de libro que quiero hacer. Además, cuando seleccionas incluir una frase y no otra ya estás aportando tu visión.

 

De hecho, cuando lanzas una pregunta a un entrevistado estás realizando un ejercicio de subjetivización.

Totalmente, haces la pregunta que a ti te interesa y dejas de plantear otras tres que consideras menos relevantes. Y eliges entrevistar al guitarrista y no el cantante, porque sabes que el guitarrista te dirá cosas que el cantante callará. Y eliges una discográfica concreta y un periodista determinado… Todo, y me refiero a mi libro, es intencionado, desde la elección de los entrevistados, las preguntas, el orden, la estructura… En Pequeño circo, aunque sea voz off, mi visión está presente y no me desentiendo de ella.

 

¿Cómo has hecho la selección de este centenar de personajes que has entrevistado?

Evidentemente, he intentado seleccionar a las figuras más representativas de cada zona. Aun así, si, por ejemplo, quería entrevistar a alguien de Nosoträsh, tal vez me resultaba más interesante charlar con Bea (Concepción) que con el resto, porque Bea, más allá de tocar en Nosoträsh, aunque tal vez su aportación creativa fuera menor a la de alguna de sus compañeras de grupo, años después trabajó en RCA y posteriormente en la promotora Last Tour, por lo que me podía ofrecer una visión más completa: la de la chica que formó parte de una banda pero también la de alguien que sabe cómo funciona la industria. Lo mismo, por ejemplo, en el caso de El Inquilino Comunista, grupo del que me interesaba especialmente la visión de su batería, Javi Letamendia, actualmente miembro de We Are Standard. Alguien que, además, ha producido a muchos grupos y estuvo muy vinculado a la Aula de Getxo, que fue uno de los centros que más apoyó al denominado Getxo Sound. A los grupos que no conocía tanto, como el caso de los Automatics, intentaba preguntar a periodistas o gente amiga sobre quién creían que podía aportarme un testimonio más valioso. En lo referente a periodistas, era bastante obvio. Rockdelux fue la revista de referencia del indie, aunque Ruta 66 había hecho un trabajo previo en la década de los 80. También quería hablar con la gente del Tentaciones de El País, porque fue un medio muy importante que dio mucho apoyo al indie. Un caso más interesante si cabe, porque Mikel López Iturriaga, responsable de la sección de música del suplemento, acabó tan asqueado que se pasó al periodismo gastronómico.

En este apartado me ha chocado la ausencia de alguna voz relacionada a Mondosonoro, un revista que también apoyó mucho aquella escena, además de representar el puntal (y único superviviente) del boom que durante esos años se produjo de prensa musical gratuita.

Pequeño circo no pretende ser la historia del indie hasta la actualidad, sino que quería abarcar el periodo que va de 1988 a 1997, concluyendo, casi de forma metafórica, con la edición de Benicàssim del tormentón, que para mí representa el cierre de un ciclo para dar paso a una escena mucho más profesional y orientada hacia el negocio. Mondosonoro existía, lógicamente, el año 1997 pero no era la revista importante que es ahora. Dudé mucho porque, como comentas, fueron los primeros en aventurarse en el formato de prensa gratuita, pero llegué a la conclusión de que, a partir de lo que he comentado, incluyéndoles estaba dando demasiada presencia a la prensa. No hablar de Spiral sí que lo consideraba una carencia, porque fue la revista que construyó la escena indie estatal. A partir de aquí, creí que con Rockdelux, Ruta 66, Spiral y Tentaciones abarcaba todo el espectro. Contrariamente, si incluía a Mondosonoro tal vez también tenía que hablar con la gente de ABarna, una revista que, más allá de Barcelona, tuvo muy poca repercusión. Si hubiera una segunda parte del libro, la presencia de Mondosonoro sería imprescindible, porque ha sido la revista que más ha apostado por los grupos surgidos a partir de 1997.

 

En este mismo sentido, también encuentro a faltar a nombres como Aina o Standstill. Aunque formados a mediados de los 90, fueron los primeros grupos independientes que se atrevieron a girar por el extranjero.

Con estos grupos sucede lo mismo que con Mondosonoro, que empiezan a tener verdadera relevancia pasado 1997. Tampoco hablo de La Casa Azul, Love of Lesbian, Sidonie… Quería explicar cómo acaban los grupos de la primera generación del indie: El Inquilino Comunista, Australian Blonde, Penelope Trip, El Regalo de Silvia, El Niño Gusano… pero no los inicios de todos estos otros. Considero que esta ya es otra historia. Y ojalá alguien la explique alguna vez. Yo no la haré.

 

Volviendo al formato de historia oral, se han establecido las inevitables comparaciones con uno de los incunables de la literatura musical, Por favor, mátame, la historia oral del punk firmada de Legs McNeil y Gillian McCain. ¿Fue una influencia?

Lo fue, especialmente por ser un libro con una estructura muy amena y para nada enciclopédico, algo que he intentado con mi libro. Pequeño circo no pretende explicar absolutamente todo lo que pasó ni ser un catálogo de referencias. No es un libro de Historia sino de historias. En este sentido, Por favor, mátame fue un referente. Este y Nuestro grupo podría ser tu vida de Michael Azerrad. Uno lo tenía a la derecha del teclado y el otro, a la izquierda. Otra, digámosle influencia, fueron los documentales. En una época en la que dejé de ir a conciertos porque si no, no hubiera podido acabar el libro, me tragué un montón de documentales de todo tipo, no solo de música, por televisión. Aprendí mucho en todo lo referente a la estructura y ritmo de narración. Igual hay cursos en los que te enseñan, pero hasta ahora yo no tenía ni puta idea de cómo hacer una historia oral manejando tanta información y que el resultado fuera entretenido. En un libro de mil páginas, si no sabes darle ritmo la gente no llega ni a las 150 primeras.

 

Ese es otro de los aciertos, la lectura de Pequeño circo es adictiva.

Una semana en el motor de un autobús, el libro que escribí sobre Los Planetas, aunque es mucho más breve que este, ya lo escribí con esa misma intención: que fuera ameno y se pudiera leer rápido. Pequeño circo es un libro que difícilmente interesará a quien no le guste este tipo de música, pero si cae en manos de alguien ajeno a este mundo, me gustaría que no se aburriera leyéndolo. Este es uno de los problemas de las revistas de música, que tendemos a escribir para melómanos perdiendo la oportunidad de poder interesar al resto de la gente. Una vez más, Pequeño circo no deja de ser un libro de historias. La historia de Josetxo de Los Bichos, la historia de Josetxo de Cancer Moon, la historia de Los Planetas…

Algo que considero que no se ha destacado del libro: Pequeño circo seduce por las historias de sus protagonistas.

Totalmente. Hay personajes fascinantes, especialmente los dos Josetxos. La generación posterior, la del indie de los 90 son personajes más normalitos, pero estos dos… Cuando se compara con "Por favor, mátame" hay que partir de la base que yo trabajaba con una nómina de protagonistas menos... extravagantes. Pero aun así, hay gente con unas historias brutales.

 

Incluso aquellos con los que no empatizas. De Carlos Galán de Subterfuge, por ejemplo, te acabas llevando la impresión que era un trepas al que la música le traía al pairo. Una suerte de tío Gilito del indie.

Un personaje que surge de la nada haciendo fanzines de cuatro páginas, para posteriormente instalarse en Madrid e ir subiendo y subiendo. Toda la escena independiente fue en realidad una movida tan pequeña y con tan pocos protagonistas que creí interesante indagar en el retrato de sus diferentes agentes: cómo se veían a sí mismos y cómo les veían los demás; porque al principio todos eran amigos, pero cuando se empezaron a hacer los primeros duros surgieron las rivalidades. Por eso me interesaba explicar que existían personajes como Carlos Galán, que irrumpe en Madrid haciéndose amigo de toda la gente de los bares y a partir de ahí construye su pequeño imperio. Del mismo modo que también me interesaba explicar la historia de los fundadores de Siesta, que montaron el sello como hobby pero que ahora a uno de ellos lo que le gustaría sería criar caballos y competir en carreras. Y esto define muy bien su filosofía vital como discográfica, algo mucho más elitista. Cada uno de los protagonistas entró en la movida indie por un motivo diferente y Carlos Galán es muy diferente a Luis Calvo y este muy diferente a Servando Carballar… Disparidad de caracteres que consideraba interesante retratar.

 

Y si fue una escena tan pequeña, con tan pocos protagonistas y seguidores, ¿qué necesidad había de dedicarle un libro de mil páginas?

El periodismo en España peca de su inmediatez, de escribir mucho explicando lo que sucede. Pero una vez ha sucedido no se escribe reflexionando y analizando sobre el porqué de las cosas. Por ejemplo, me parece increíble que todavía no se haya escrito un libro sobre la historia del hip hop en España, una escena mucho más potente que, sin ir muy lejos, la del indie pero que no ha tenido tanta visibilidad en los medios. Me parece inaudito que ahora, 30 años después, empiecen a publicarse los primeros libros que cuestionan la Movida Madrileña no quedándose en el simple “¡qué guapos éramos y qué bien que nos lo pasábamos!”. Lamentablemente, en nuestro país no existe una literatura que agrupe escenas o décadas. Yo me he decidido por hacer un retrato del indie porque, más allá del encargo, fue la escena que viví y controlo. Un libro de estas dimensiones sobre otras escenas, seguramente, no lo podría hacer. Pero es interesante y necesario que se hagan.

 

El indie, tú lo has dicho, gozó de una visibilidad mayor a la de otras escenas musicales. ¿Hasta qué punto los medios fueron corresponsables de su irrupción?

En gran medida, la del indie fue una escena creada por los medios. Esos grupos existían, es indudable, nadie se los inventó. Pero a partir de mediados de la década de los 90, que es cuando empiezan a publicarse suplementos culturales en los diarios más importantes, al mismo tiempo que Rockdelux se postula como la revista que apoya más decididamente a esa escena, el indie crece de una forma desproporcionada. Tanto es así que el Festival de Benicàssim apareció en portada del Telediario cuando días antes el Viñarock había convocado mucho más público. Pero a este no se le dedicó ni un minuto. La gente que en los años 90 escribíamos de música éramos licenciados en periodismo con más afición por el indie que por otros géneros, y eso, poco a poco, fue calando en las secciones de cultura. Algo que aún sucede en la actualidad.

 

En ese rompecabezas estructural del que hablabas anteriormente acaba tomando relevancia lo geográfico, ordenando los capítulos del libro a partir del lugar de procedencia de los protagonistas.

Incluso antes de decidir si aceptaba o no el encargo, tenía dos cosas claras: que si lo escribía se iba a titular Pequeño circo (título tomado del nombre del primer EP de Sr. Chinarro) y que, hasta cierto punto, tendría una estructura geográfica. 20 años atrás ya me llamaba mucho la atención que fuera una escena tan descentralizada. La Movida Madrileña pasó en Madrid, el Rock Radikal en Euskadi, la Ruta del Bakalao en la zona de Levante… ¿Pero el indie? Fue una escena muy dispersa geográficamente, con protagonistas en Albacete, Gijón, Bilbao, un pueblo perdido de León llamado Bembibre, Sevilla, Zaragoza… Por eso me interesaba tanto explicar la historia de cada uno de estos focos así como las diferencias que existían entre ellos. Quería explicar las peculiaridades de cada lugar para trazar una especie de mapa de los 90 y a partir de ahí descubrir cómo se fraguó la escena.

 

¿Cuál fue la fuente de ignición que propagó esta escena?

Radio 3. En el momento en el que hay una emisora que radia un tema de un grupo de Bullas, en Murcia, puede que a alguien de Vilanova i la Geltrú le entre el gusanillo de montar una banda. Y en el instante en el que los de Vilanova empiezan a sonar en la radio, se forma otro grupo en Zamora… Creo que uno de los cimientos de la escena indie fue este. Solo hay que fijarse que en la década de los 70, cuando aún no existía Radio 3, las escenas musicales se concentraban en las grandes ciudades.

 

 

Estructuración geográfica que entroncas con las realidades socio-económicas de cada territorio.

Nada surge por casualidad y si los grupos de Getxo cantaban en inglés y les sudaba lo que estaba pasando en Euskadi, seguramente era porque procedían de una zona acomodada. Del mismo modo que ahí reside parte de la explicación de por qué la banda más relevante de Getxo, El Inquilino Comunista, sonaba mejor que cualquier otro grupo de su generación. Nacidos en un ambiente pudiente, tenían mejores guitarras, pedales…

 

Aunque en aquella época, y así se refleja en el libro, cantar en inglés en el País Vasco también era una decisión política que pasaba por no implicarse con ninguna de las dos partes.

Esto lo explica Juan Carlos Parlange, bajista de Los Clavos, y cuando lo explica recuerda que en su momento, cuando le preguntaban por qué cantaba en inglés, siempre contestaba que porque sus referentes eran The Replacements y Hüsker Dü. Ha sido 20 años después, cuando ha reflexionado y se ha dado cuenta de que tras aquella decisión de cantar en inglés había algo más que en aquel momento no vieron o no quisieron ver: no buscarse problemas. Si cantaban en castellano los abertzales se les hubieran tirado encima, y cantando en euskera viviendo en Getxo les hubiera pasado a la inversa. Para ellos el inglés era una zona de confort. Pero esta puede ser una explicación válida solo para Euskadi que no explica por qué los grupos de Madrid, Gijón o Barcelona cantaban en inglés.

 

El libro hace mucho hincapié en este componente socio-económico, y el tópico dice que aquella era una escena de niños de casa bien.

Por eso decidí iniciar todas las entrevistas preguntando a todos los protagonistas por los orígenes de su familia, en qué escuela habían estudiado, de qué trabajaban… Datos que ayudan a orientarte sobre el origen de cada uno de ellos. Lo que es evidente es que la gente de Getxo no tenía el mismo sustrato social que las bandas de Zaragoza. Y los Parkinson DC vivían en un barrio como Pedralbes y David Rodríguez de Beef procedía de una ciudad del extrarradio de Barcelona como Sant Feliu de Llobregat. Aun así, un porcentaje considerable de aquella gente procedía de familias bien, con padres médicos, ingenieros...

 

Tener un grupo de música no es una afición barata.

Depende de la música que hagas. Si te dedicas al hip hop, tal vez no necesitas tantos recursos. Pero en el caso del indie creo que sí, que necesitas recursos, primero para comprarte los instrumentos. Pero es que además, en aquella época, era una música minoritaria, por lo que también tenías que tener dinero para comprarte las revistas que hablaran de esos grupos, comprarte los discos, muchos de ellos de importación… o en Inglaterra, cuando en verano les enviaban a estudiar inglés. Esa es otra de las diferencias significativas con, nuevamente, el hip hop. En el mundo del rap a nadie se le ha ocurrido cantar en inglés porque la gran mayoría de esta gente ni ha ido de intercambio a Inglaterra ni ha cursado el tercero de BUP en Estados Unidos, como sí muchos de los del indie.

 

En el hip hop el mensaje es algo vital.

¿Y por qué en el hip hop sí y en el indie, no? Tal vez porque no te importa lanzar un mensaje, quizás porque vives holgadamente y no te sientes presionado socialmente… La gente no decide cantar en inglés por casualidad. Del mismo modo que si decides que tu grupo tenga un mensaje con un alto componente político y social tampoco es fruto del azar. Todo responde a las circunstancias, contexto y momento socio-político que te toca vivir.

 

Creo que ese énfasis por incidir en el escaso compromiso social y político de aquella escena no está bien resuelto en el libro. Se explica que eran bandas apolíticas pero se obvia el contexto de la época.

No eres el primer periodista que me lo comenta. Siendo una historia oral, era un aspecto difícil de describir. Tal vez al libro le falta una voz más distanciada de la escena musical que aporte cierta contextualización en este sentido.

 

El testimonio de un sociólogo o un politólogo hubiera enriquecido la narración.

Hay algunos entrevistados que hacen alguna referencia a esos años de aznarismo y bonanza económica. Pero es cierto, este punto se tendría que haber reforzado, para dejar claro que la generación del indie no era una gente desentendida de la política sino que el contexto social era otro.

 

¿No es injusto analizar a aquellas bandas desde el clima socio-político actual?

Se suele tomar como referencia el compromiso político de los grupos ingleses de pop, pero incluso en la Gran Bretaña aquellos fueron los años de la hedonista y fútil Cool Britannia. Es Víctor Lenore, que en su libro (Indies, hipsters y gafapastas) carga mucho sobre este tema, quien en Pequeño circo dice que es injusto criticar a los indies por apolíticos cuando el contexto de la época empujaba a la juventud hacia esa actitud más pasiva. Mi intención no ha sido determinar que sin mensaje político la propuesta pierde trascendencia, lo que sí que he querido dejar claro es que esos grupos no estaban politizados. Uno de los motivos era el contexto socio-económico, pero también el origen social de muchos de aquellos grupos con una realidad colectiva que no afecta a sus vidas. Si no tienes preocupaciones difícilmente las transmitirás en tu música. Del mismo modo, también quería destacar que aquella fue una generación que montó unos grupos y practicó un tipo determinado de música por pura estética. Es más, muchos de los grupos de nuestro indie eran fans de los Smiths o Pulp, pero aquí nadie escribió un “Common People”. Aquí se copió la forma de vestir, la marca de la guitarra y el acento, en unos casos más de Boston y en otros más de Manchester, pero todo el contenido se lo pasaron por el forro. Esto, que puede sonar a crítica, lo tenía que reflejar. Una reflexión que en su momento nos pasó por alto a los que escribíamos las críticas de los discos. “Este disco es tan bueno que no parece español”, este es el tipo de periodismo musical que hacíamos en los 90.

 

¿Cómo algo tan minoritario, de grupos que actuaban para 40 personas, ha derivado a algo aparentemente mucho más masivo con festivales como el Primavera Sound y grupos como Love of Lesbian?

Seguramente haya más motivos, pero para mí el éxito de grupos como Love of Lesbia reside, principalmente, en haber cambiado de idioma. Hecho que también ejemplifica el cambio del indie de los 90 al indie de la siguiente década. En los 90, el indie era una música hecha por una gente sin ningún tipo de voluntad por transmitir algo. Una música totalmente endogámica. El cambio empieza cuando una serie de grupos deciden que quieren comunicarse más fluidamente con la gente que los sigue y pasan a cantar en castellano. Actualmente, grupos como Love of Lesbian, Sidonie o Standstill no solo no quieren tocar sus temas en inglés sino que se dan de cabezazos preguntándose cómo podían hacer aquello.

 

 

Seguramente, este también debe ser el motivo por el que de aquella primera generación, los pocos que han perdurado han sido los que cantaban en castellano: Los Planetas, Sr. Chinarro…

Ese es otro tema a analizar: en Andalucía el tema del inglés no cuajó. Hice muchas preguntas al respecto, pero no pude llegar a ninguna conclusión determinante. Un periodista me sugirió que, seguramente, los grupos andaluces tenía más sentido del ridículo y les daba vergüenza cantar en un idioma que no dominaban. Hay una historia, que no sale en el libro, de un grupo andaluz que cantaba en inglés. Este grupo se fue a grabar su segundo disco a Estados Unidos, planteándose una situación tan esperpéntica como que tuvieron que llevarse a un traductor para entenderse con el productor. ¡Ellos cantaban en inglés pero no lo hablaban! O el caso de Manta Ray que, como confiesa el propio Nacho Vegas, su cantante, Josele, no hablaba inglés. Se aprendía las letras fonéticamente pero no sabía qué estaba diciendo.

 

Hablando de la escena andaluza, destacan, obviamente, Los Planetas, abanderados de aquella generación. De estos, me ha dejado no sé si sorprendido o aturdido la visión entre mesiánica y conspiranóica que tiene J de la escena indie.

Mi opinión es que… se le ha ido un poco. De todos los incluidos en el libro, J es el personaje más ambicioso. En contra de la gran mayoría de grupos de la época, cuyo objetivo era tocar para una minoría entendida y al resto que le dieran por culo, Los Planetas querían llegar a cuanta más gente mejor. Por eso, ya desde sus inicios, tomaron decisiones como cantar en castellano o fichar por una multinacional, actitud más cercana a la Movida que al indie. Con el tiempo, sin embargo, creo que en J se entremezclan cierta sensación de culpabilidad de haber traicionado al indie y una visión, mesiánica si se quiere, de creerse que con tu música puedes cambiar la manera de pensar de la gente. A ello le añade algo de manía persecutoria, que es cuando explica que si en sus inicios hubiera explicado abiertamente el significado de sus letras hubieran ido a por él del mismo modo que habían ido anteriormente a por grupos como las Vulpess. Un discurso que me suena a perdida del norte. Mensaje que te descubre cómo acaban los músicos que se aíslan en exceso de la realidad. J, siendo el músico de aquella generación que ha llegado a más gente, tiene un punto de estrella del indie. Y una estrella del indie no se diferencia demasiado de una estrella de la Movida o una estrella del rock de los 60: artistas que solo tocan tres o cuatro veces al año y el resto de los días se los pasan encerrados en casa tocando la guitarra o leyendo. Y si solo tocas tres veces al año y no 40, tienes 37 oportunidades menos de estar en contacto con la gente, lo que acaba provocando que te encierres en ti mismo. La visión que me queda de J veinte años después de empezar a tocar es esa, la de un tipo enclaustrado en su casa, encerrado en su mundo.

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