El rostro oculto
Libros / Manel Barriere Figueroa

El rostro oculto

7 / 10
David Lorenzo — 28-01-2015
Empresa — Amargord

Tal vez os suene el nombre del autor de este libro al relacionarlo con grupos de hardcore como 24 Ideas, Painbox o Sowplot, de los que fue batería en los años 90. Quizás otros le recordéis por sus colaboraciones en varios fanzines y publicaciones musicales -entre las que se encuentra MondoSonoro-, en periódicos como En lucha o en revistas como La Hiedra. Y para otros, su nombre aparecerá vinculado a títulos como “Las olas”, “Los chicos del puerto” o “Volar”, en los que ha desarrollado su faceta creativa más conocida y reconocida: la de montador cinematográfico. Con la reciente publicación de su primer libro de poemas, que será presentado en Madrid y Barcelona a principios de febrero, ya tenéis otro motivo de peso para que estas tres palabras: Manel Barriere Figueroa, habiten durante un tiempo en el trastero de vuestra memoria.

Pese a ser “El rostro oculto” su primer libro publicado, el barcelonés ya se había acercado antes al mundo de las letras en su faceta como articulista y sobre todo a través de sus dos blogs personales: "El ángel de la historia" y "El fondo del aire". Ninguno tan personal, valga la redundancia, como este conjunto de poemas en verso y en prosa en los que Manel desnuda sin ningún pudor ante el lector su mente, su corazón y su alma.

La obra está dividida en tres partes. En la primera, "El rostro", el autor nos hace partícipes de sus miedos, inquietudes, pensamientos e interioridades más ocultos. Sus palabras brotan de la soledad y el pesimismo -”Nadie puede ayudarme. Nadie vive. Nadie es nadie”-. Un pesimismo que surge en gran medida por la nefasta situación social, política y económica que nos rodea, como bien reflejan estos versos: “¿Qué tienen que ver / poesía y economía? / Tal vez el fuego / que se consume en los hogares. / Los poetas en paro. / Las almas sin rumbo. / Y los ricos, ricos son y lo serán / mañana", o estos otros: “La nueva barbarie / en el siglo, corroe / como líquido gástrico derramado. / Es el despido libre y las alambradas, / el deseo y la muerte / y el comercio con esclavos”. Un pesimismo que atenaza hasta las propias esperanzas de Manel de que sus versos puedan cambiar algo o influir en alguien: “La poesía es / un cañón dorado / que escupe indiferencia”. Un pesimismo que pese a todo, no logra soterrar el espíritu crítico del escritor que acaba brotando rabioso e imponiéndose por encima del desaliento: “La barbarie fue consuelo de unos pocos / en su desesperación. / Hoy es un estado del alma, / del alma colectiva / secuestrada, apresada en las cárceles de cemento y / neón. / No. / La barbarie tiene nombres / y se sienta entre nosotros”.

En la segunda parte, "Oculto", el catalán cambia el verso por la prosa, recurso que seguramente utilice para ejemplificar su propia transformación al enterarse de su futura paternidad. De hecho, Barriere Figueroa, se centra en explicar en estas páginas del libro la metamorfosis provocada en su interior al enterarse de que va a tener un hijo, lo que entre otras cosas le hace tornar su pesimismo en un optimismo basado en la incertidumbre, pero optimismo a fin de cuentas: “...existe un lugar mejor, el lugar por el que tenemos que combatir”, “...las sonrisas, los abrazos, las felicitaciones, son solo la antesala de la realidad. Una nueva realidad recién estrenada, todavía incierta”. Una metamorfosis que a través de la influencia de un rostro oculto hace que emerja un nuevo rostro, el rostro verdadero del autor.

En la tercera parte, "El sentido de la derrota", Manel vuelve al verso para contar a su futuro hijo cual es su visión del mundo y para enseñarle como afrontar las adversidades que se va a encontrar en su vida al nacer. Sin medias tintas y sin paños calientes: la vida, la realidad, es una derrota anunciada, que no obstante, hay que vivir para que cobre sentido. “El mundo, hijo mío, no es como / podríamos esperar al nacer, / o al morir. / Heredarás antes que nada / la historia convulsa de un despropósito / universal, la deriva sangrante / de una humanidad negada / por su propia demencia”. “Esta es la luz que nos guía. / Llega de muy lejos. Es el fracaso / de millones, sus derrotas y su muerte / atroz”. Y le/ nos da un consejo por encima de todo: en la vida no hay que permanecer impasibles ante las injusticias ni dejarse alienar. “El acto es la vida, hijo mío, / aún el acto derrotado. / Ahí radica su sentido, / no de la vida, cuyo significado / se escapa siempre del terreno / de lo mesurable, / de la derrota, del barro / y el polvo”.
Tres partes que forman un lienzo en el que predominan los tonos rojos -“El rojo es el color del cuerpo, del cuerpo por dentro. La emoción oblicua y el sentimiento tangencial”- como sinónimo del negro y de la negrura. Un lienzo en el que apenas existen los claros, soterrados bajo la oscuridad de un pesimismo, una desazón y una tristeza, que apuñalan directamente el corazón, provocando una hermosa herida que sólo sientes cuando el puño que sujeta la afilada pluma te golpea las costillas tras haberte atravesado.

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