The Hives
Conciertos / The Hives

The Hives

7 / 10
David Sabaté — 07-04-2008
Sala — Apolo, Barcelona
Fotografía — Fernando Ramírez

The Hives han vuelto a nuestros escenarios por todo lo alto: como reclamo principal y colgando el cartel de no hay entradas días antes del concierto. Está claro que los suecos no inventan nada, pero su punk rock de garaje con matices hard rock posee un ingrediente extra que los diferencia de sus compatriotas generacionales. Puede que sea una cierta aura mainstream o la elegancia de sus entallados trajes y corbatas, pensarán algunos; pero lo cierto es que más allá de una imagen distintiva y de su probado potencial para conectar con toda clase de públicos, The Hives son, a día de hoy, una potente banda de rock and roll con un directo sin apenas fisuras. Y con un pronunciado sentido del espectáculo, para qué negarlo, como evidenciaron esas luces de neón rojo dibujando el nombre del grupo sobre un fondo negro o las estereotipadas pero contagiosas poses del quinteto, en especial de su cantante Howlin’ Pelle Almqvist. La formación presentaba un nuevo disco, “The Black & White Album”, que, pese a algunas bienintencionadas novedades, no logra despojarse de la sombra de “Veni Vidi Vicious” o “Tyrannosaurus Hives”. Aun así, temas nuevos como “Try It Again” o “Tick Tick Boom” funcionaron a la perfección gracias al arrojo del quinteto y a un sonido francamente grandioso –por momentos uno podía imaginarse presenciando a unos AC/DC en un club para 1.500 personas-. A pesar de todo, el griterío de la audiencia –con un elevado y peligroso porcentaje de suecas- se triplicó con las ya clásicas y populares “Main Offender” –la segunda de la noche-, “Two-Timing Touch And Broken Bones” o “Hate To Say I Told You So”, segundo bis alargado innecesariamente con una hooliganesca “Return The Favour”. La nota discordante de la velada –divertida para unos, patética para otros- la puso el vocalista, quien, con sus parlamentos en spanglish –que si señoritas y caballeros, que si viva España y viva The Hives o, haciendo honor a su pública y celebrada soberbia, somos la mejor banda del mundo, gracias-, convirtió por momentos el club en una sala de fiestas de la Costa Brava en plena temporada alta.

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